VI
CONEXIÓN TAFALLA
THE ZARAS
Paseaba,
tranquilo y señorial, el año 1965. El tracatrá del tren que nos conducía hacia Tafalla,
despeinaba nuestras recién estrenadas melenas y allí, en aquel maltrecho y
abarrotado pasillo, de uno de los humildes vagones de tercera clase, nos
ubicamos como pudimos, empujando a diestra y siniestra, sin pizca de educación,
sin más ánimo que dejarnos ver y llamar la atención, con un amigo guitarrista,
de cuyo nombre, ni quiero ni puedo acordarme.
Fue nuestro primer viaje fuera puertas, de una banda-panda de incautos jóvenes de la capital, hacia las primeras fiestas de Altaffaylla, (en árabe) que pensábamos disfrutar.
En aquel vagón, viajaba una variopinta fauna anodina, como sumida en una profunda tristeza, que nosotros, jóvenes y revoltosos, no lográbamos entender. Un poco, sí que logramos sacarlos, de su somnolienta y silenciosa travesía, a cambio de unos guitarrazos destemplados y más que desafinados, mezclados, con unas voces desarropadas y amariconadas (que eso mismo oí comentar a unos recios vecinos del vagón, de unos 40-50 años, que nos miraban y sonreían socarrones y divertidos) pero, eso sí, ruidosas y como fuera de lugar y siempre de tono, con unas letras tan curiosas como ésta:
Tutti-frutti, on ruri
Wambabuluba bulambembú”. (1) [Little
Richard. 1957]
- Veremos que ocurre con estos señoritos, cuando se encuentren con alguna de las cuadrillas de Tafalla, como Los Leones o Los Calaveras. ¡Los van a hostiar! aseguró un tafallés entrado en años, a su compañera de asiento.
Sin embargo, el señorito que estaba más cerca del comentario, le respondió con una simpática sonrisa que desarmó al agorero. Por supuesto, no había entendido nada de lo que había comentado el señor comarcano, ya que este ingenuo y despistado chaval, había nacido y vivía en Pau, (Francia) Se llamaba Laurent. Pelo rubio, en melena abierta, pantalones vaqueros ajustados, camisa vaquera a juego, cara aniñada y sonrisa de mujer. ¡Nos acarrearía problemas!
El tren continuaba fiel a su traqueteo, las
gentes bajaban o subían en las diferentes y numerosas estaciones-apeaderos, que
jalonaban la travesía: Etxabakoiz-Zizur, Noain, Biurrun-Campanas, Barasoain, Pueyo
y Tafalla. Gentes sinceras, sencillas, auténticas, que desde el ayer hasta el
hoy, nos han infundido un gran respeto y admiración, por su porte y, en
especial, por su dignidad, que aumentaba dentro de sus txapelas o boinas.
Esta cuadrilla, comidilla de los sorprendidos viajeros, seguía impertérrita llamando la atención, sin otro fin que meter ruido y hacerse notar.
Podíamos haber cogido el autobús, que
bajaba al baile de la Güesera, al que llamaban con el apelativo cariñoso-jocoso
de “El autobús del amor”. Vehículo de
la Beriainesa, que todos los domingos, con puntualidad prusiana, hacía las
cinco de la tarde, llegaba a la plaza de Tafalla. Descargaba allí toneladas de
amor, envueltas en el traje caqui de aquellos txortas (2) imberbes, que hacían la mili en el Carrascal,
y a otros tantos civiles de la Cuenca y la Valdorba, que festejaban con majetonas
mozas de la Ciudad de Tubal. Aparcaba
habitualmente, enfrente de las Escuelas Pías, hasta la hora del regreso.
Pero aquello nos pareció demasiado explícito, sin contar, que en aquel momento, el viaje en el tren daba otras sensaciones, (aventura, riesgo, novedad) pues casi todos nuestros viajes posteriores serían por carretera. Años después, no dejaríamos de insistir en esta misma ruta, al menos hasta la localidad de Barasoain, donde estaba ubicado el Restaurante Hostal El Mirador, y donde alguno de nosotros, cortejó y asedió a varias de aquellas Go-gos -en los setenta- que contrataban en la pequeña y coqueta Boite-Discoteca Aquarium, donde nos refugiábamos, varios noctámbulos de todo pelaje y condición. Pero esa es otra historia.
Aquel mes de agosto de 1965, el Aytº de Tafalla, se gastó doscientas treinta mil pesetas, (230.000) en las fiestas. Suponemos que en ese presupuesto, no estarían subvencionadas aquestas cuadrillas de mozos que, con nombres tan descriptivos como Los Leones, se abalanzaron sobre nosotros, pobres pelones urbanitas, nada más pisar tierra tafallesa. En nuestra ingenuidad e inexperiencia viajera, creímos que, las que nos iba a caer encima, serían cuadrillas, pero de “leonas”...
No salimos con el rabo entre las piernas porque, aunque incordiar nos incordiaron, al final la sangre no llegó al río Zidakos que, dicho sea de paso, bien le hubiera venido, porque en aquel día, mes, año y hora, transportaba menos agua, que el río que pasea cerca de Marteneko Borda, en el Valle de Atez. (3)
Nadie nos Cronometró la salida ni la llegada, no hubo Llantos por nosotros. Más vale que aún no existían las tiendas Zaras, porque nos hubieran cambiado el vestuario de arriba-abajo, de izquierda a derecha y de dentro-afuera, además del peinado, para poder entrar en la Güesera a bailar sin problemas. A treinta y tres kilómetros de allí, (por tren) en la capital, lugar de origen de los viajeros, en la estrecha y corta calle Lindatxikia, (4) aún resonaba el último acorde con el que Jokin, Carlos, Pedro y Pedri, habían cerrado la última canción de la tarde, “El tren de la Costa” (5) que, en este caso y lugar, por atravesar de norte a sur, este paraje valdorbés, la hubiéramos titulado “El tren de la Valdorba”. (Leer más...)
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