Colgaba un pequeño y
redondeado micrófono, desde el techo hasta la altura deseada. Era una sala coqueta
y aseada, con un discreto escenario a dos palmos de altura sobre el acolchado
suelo de este acogedor y modesto “Salón de Actos”, de la entonces conocida como
Radio Popular, (La Cope). Las
butacas eran de “cine”, tal vez un
poco más estrechas, quizás. Entrabas a dicho recinto casi siempre en penumbra
y, siempre, a ciegas. Sentías un cosquilleo involuntario que te recorría, en
ese punto y hora, aquel cuerpo adolescente.
Sólo el micrófono y el piano
apoyándose en la pared, habitaban permanentemente aquel minúsculo escenario, silencioso y algo amenazador. A través de una
enorme y gruesa mampara separadora de cristal, se podía vislumbrar a un
“locutor-presentador-DJ”, que daba las últimas noticias locales, nacionales e
internacionales, además de dedicar canciones a distintas personas y oyentes,
mientras manejaba con soltura y rapidez el vinilo correspondiente y comentaba
el último chascarrillo vecinal o celestial.
- ¿Adónde vas?
- He quedado con una chica.
- Pronto empiezas, refunfuñó
mi madre. ¿Cómo se llama?
- ¡Pecosita! La llaman así, Pecosita.
- Ya será alguna “Pilingui”, (1) con ese nombre...
- ¡Adiós Ama!
- ¡Agur! (Seguir Leyendo...)
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